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domingo, 9 de septiembre de 2012


Mucho tiempo hace que no escribo o le dedico algo de tiempo a este espacio creado para compartir. Movido por el mismo Señor deseo compartir mi gran preocupación, sabe Dios que este tema me está quitando el sueño y es la intención de muchos días de mi oración personal.

En el día de ayer, y mientras preparaba la homilía de este domingo 23 (la curación de un sordomudo), recibí de parte del Señor una iluminación, que tengo  la certeza, es un mensaje para todos nosotros: y en el nosotros estás incluido vos que estás leyendo esta nota.

Hermanos quiero presentarles la causa de mis últimos desvelos, la razón de horas de preocupación, el sujeto de mis oraciones. Se trata de la Familia, y dentro de ella, de la comunicación. En ese enfermo que busca a Jesús para que lo curen, vi representadas a todas las familias, de nuestra patria. Hoy son presa de la falta de diálogo y comunicación: parece que nuestros hogares están constituidos por sordos y por mudos. Hemos ido perdiendo con el tiempo la capacidad de hablar y escuchar. Vivimos bajo un mismo techo, pero somos prácticamente desconocidos para el otro pues no nos detenemos el tiempo suficiente para hablar de lo nuestro y para escuchar al otro sobre lo suyo.

Somos sordos y mudos, o al menos vivimos como tales. Acerquémonos a Dios aceptando nuestra “Discapacidad” solo así podremos ser curados. Aceptemos que nosotros somos los enfermos, no busquemos excusas sino la sanación llegará a otros pero no a mí. El puede curarnos de nuestra sordera y nuestra mudez pero necesita que puedas dar ese paso y te reconozcas enfermo y necesitado.

Por ultimo, si me permiten quiero dejarles el link de una psicóloga investigadora católica  chilena que se encuentra difundiendo los resultados de si investigación por medio de conferencias en diferentes países. Les recomiendo puedan escucharla pues no tiene desperdicio. Creo a ciencia cierta que es el modelo de familia al que nosotros apuntamos llegar en la vida. No se lo pierdan. Nos vemos en la próxima entrega.

sábado, 25 de agosto de 2012


El Evangelio del día de hoy está lleno de sabiduría.  La motivación de nuestro obrar se apoya y fundamenta en la autoridad de la “Palabra de Dios”. Nuestro Señor en prueba de coherencia y convicción absoluta entrego su propia vida defendiendo la verdad revelada. Fue el mismo Jesucristo quien confirmó la autoridad de la Palabra de Dios viviendo hasta el extremo lo que allí se enseña. Nosotros seguidores del Señor, que intentamos acercar la Palabra a la comunidad, somos en diferentes ocasiones, causa de escándalo e increencia de otros hermanos. Nuestras incoherencias, nuestra mirada reducida y sesgada de la realidad evangélica, nuestros propios límites y pecados hacen de nosotros anunciadores heridos de la Palabra. Aunque nuestros labios pronuncian “palabras de Vida Eterna”, el testimonio de nuestra vida hace dudar de la veracidad de lo que proferimos.
Pidamos a Dios que nos haga buenos anunciadores de su palabra.

miércoles, 25 de abril de 2012

RECONOCER LOS DONES DE DIOS (SAN GREGORIO NACIANCENO)


Reconoce de dónde te viene la existencia, la respiración, la inteligencia, la sabiduría y —lo que es más importante— el conocimiento de Dios, la esperanza del reino de los cielos, el honor que compartes con los ángeles, la contemplación de la gloria que esperas, ahora como en un espejo y de modo confuso, pero a su tiempo del modo más pleno y puro. Reconoce, además, que te has convertido en hijo de Dios, coheredero con Cristo y, por usar una imagen atrevida, ¡eres el mismo Dios! ¿De dónde te vienen tantas y tales prerrogativas? Si, además, queremos hablar de los dones más humildes y comunes, dime, ¿quién te permite ver la belleza del cielo, el curso del sol, los ciclos de la luz, las miríadas de estrellas y toda esa armonía y orden que siempre se renueva maravillosamente en el mundo, haciendo alegre la creación como el sonido de una cetra? ¿Quién te concede la lluvia, la fertilidad de los campos, el alimento, el gozo del arte, el lugar donde habitas, las leyes, el estado y, añadamos, la vida de cada día, la amistad y el placer de tu parentela? ¿Quién te ha colocado como señor y rey de todo lo que hay sobre la tierra? Y, para detenerme en cosas más importantes, te pregunto aún: ¿quién te regaló esas características tuyas que te aseguran la plena soberanía sobre los seres vivientes? Fue Dios. ¿Y qué te pide Él, a cambio de todo esto? El amor. Te pide constantemente, primero y sobre todo, amor a Él y al prójimo. El amor a los demás lo exige lo mismo que el primero. ¿Vamos a ser tacaños para ofrecer este don a Dios, después de los numerosos beneficios que de Él hemos recibido y que nos ha prometido? ¿Nos atreveremos a ser tan desvergonzados? Él, que es Dios y Señor, se hace llamar Padre nuestro; ¿y nosotros vamos a renegar de nuestros hermanos? Estemos atentos, queridos amigos, para no convertirnos en malos administradores de lo que se nos ha regalado. Mereceríamos en ese caso la advertencia de Pedro: avergonzaos quienes os quedáis con las cosas de los otros; imitad más bien la bondad divina, y así nadie será pobre. No nos fatiguemos acumulando o conservando riquezas, mientras los demás sufren hambre, si no queremos merecer las recriminaciones duras y cortantes que ya hizo antes el profeta Amós, cuando decía: ¡Ah vosotros!, que decís: ¿cuándo habrá pasado la luna nueva y podremos vender el trigo; cuándo habrá pasado el sábado, para poder abrir nuestros almacenes? (cfr. Am 8, 5). Comportémonos de acuerdo con aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace bajar la lluvia sobre justos y pecadores, y hace surgir el sol igualmente para todos; que ofrece a todos los animales de la tierra el campo abierto, las fuentes, los ríos, los bosques; que da el aire a las aves y el agua a los animales acuáticos; que a todos reparte con gran liberalidad los bienes de la vida, sin restricciones ni condiciones, sin ningún límite.

lunes, 9 de abril de 2012

SAN AMBROSIO: LA MISERICORDIA

Me encontré con un texto muy bello de San Ambrosio que deseo compartir con ustedes. Espero que puedan disfrutarlo como lo lo disfruté yo, he aquí la texto mencionado:

LA MISERICORDIA  DIVINA

¿Quién hay de vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió, hasta encontrarla? (Lc 15, 4). Un poco más arriba has aprendido cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar la arrogancia, y también a adquirir la devoción y a no entregarte a los quehaceres de este mundo, ni anteponer los bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la fragilidad humana no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y ese juez misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón. Y así, no sin razón, San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja perdida y luego hallada, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y la del hijo que había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que, aleccionados con este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres hilos no es fácil de romper (Qoh 4, 12). ¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como Madre, sin cesar te busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte. El primero, por obra de su misericordia; la segunda, cuidándote; y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varía según nuestros méritos. El pastor llama a la oveja cansada, se encuentra la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al padre y lo hace plenamente arrepentido del error que lo acusa sin cesar. Y por eso, con toda justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los animales (Sal 35, 7). ¿Y quiénes son estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombre y la de Judá una simiente de animales (cfr. Jer 31, 27). Por eso Israel es salvada como un hombre y Judá recogida como una oveja. Por lo que a mí se refiere, prefiero ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es solícitamente buscada por el pastor, el hijo recibe el homenaje de su padre. Regocijémonos, pues, ya que aquella oveja que había perecido en Adán fue salvada por Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité mis pecados, y sobre la nobleza de este patíbulo he descansado. Esta oveja es una en cuanto al género, pero no en cuanto a la especie: pues todos nosotros formamos un solo cuerpo (1 Cor 10, 17), aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito: vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y miembros de sus miembros (1 Cor 12, 27). Pues el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido (Lc 19, 10), es decir, a todos, puesto que lo mismo que en Adán todos murieron, así en Cristo todos serán vivificados (1 Cor 15, 22). Se trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios nosotros no formamos más que una centésima parte. Él tiene innumerables rebaños de ángeles, arcángeles, dominaciones, potestades, tronos (cfr. Col 1, 16) y otros más a los que ha dejado en el monte, quienes —por ser racionales— no sin motivo se alegran de la redención de los hombres. Además, el que cada uno considere que su conversión proporcionará una gran alegría a los coros de los ángeles, que unas veces tienen el deber de ejercer su patrocinio y otras el de apartar del pecado, es ciertamente de gran provecho para adelantar en el bien. Esfuérzate, pues, en ser una alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por medio de tu conversión. No sin razón se alegra también aquella mujer que encontró la dracma (cfr. Lc 15, 8-10). Y esta dracma, que lleva impresa la figura del príncipe, no es algo que tenga poco valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer la imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se digne colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22, 2). He dicho que somos ovejas: pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos, corramos hacia el Padre. No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres terrenales (cfr. Lc 15, 11-32). El Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, el que no perdió lo que había recibido, lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos (Sab 1, 13). En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello —pues el Señor es quien levanta los corazones (Sal 145, 8)—, te dará un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero El te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y Él, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja con un banquete.

sábado, 7 de abril de 2012

LA NOCHE MÁS SANTA (Homilía)




Es difícil en el día de hoy intentar hacer una homilía o proponer una reflexión. La liturgia de este día es tan rica y llena de signos que cualquier acotación humana puede atentar contra la riqueza y la plasticidad de la celebración cristiana por excelencia. 

Vamos a tomar como referencia una antigua liturgia del Sábado de Gloria que nos ofrece la liturgia de las horas (marcada en verde) y el Ícono del Descenso a los infiernos (marcado en rojo), lo que está en letra negra es sencillamente agregado de quien suscribe: 

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. 

Desde el Viernes Santo, luego de acompañar al Señor en el camino de la Cruz, los hombres representados en los mismos discípulos quedamos desconcertados ante la Crucifixión y muerte de aquel en quien habíamos puesto todas nuestras esperanzas: duda, desconcierto y temor se apoderaron de nuestro corazón…y de toda nuestra vida…miedo que paraliza y que puede hacer que bajemos los brazos…..



Pero ante este desconcierto y dolor Cristo aparece como el Dueño de la Vida y el Cosmos. Su cuerpo resucitado, vencedor del abismo de la muerte, está animado por el Dios-Trinidad, de ahí ese resplandor de poder divino y ese dinamismo expresado en su avanzar hacia Adán. 
Su ser entero “todo luz” anuncia la aurora del nuevo día que nunca tendrá ocaso. Es el día de la Resurrección, el Domingo sin fin donde la creación es recreada para siempre. 
Los ropajes de Cristo son la vestimenta del rey victorioso y deslumbrante como en la Transfiguración. La misma ondea a sus espaldas, dando la sensación del movimiento, del descenso, “él, por amor al hombre” desciende al lugar de la muerte y con su presencia ilumina el infierno y la muerte

Y esta bella homilía ayuda a que dejemos volar nuestra imaginación y nos dice más: 

 En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

Toma de la mano a Adán a quien vigorosamente arranca de las tinieblas de la muerte. Este cara a cara del primero y del nuevo Adán adquiere una significación particular. Lo que esta segunda creación ha conseguido es muy superior a la primera. La Vida dada por el Segundo Adán nunca perecerá. 
La mirada de Cristo va hacia todos, pues es el Salvador de la humanidad entera. Este se agacha para levantar Adán; Dios se abaja y rebaja. Despojándose de su divinidad, se revistió de nuestra carne para subirnos y exaltarnos a la condición divina por su Resurrección. 
Adán agotado por el despertar del sueño de la muerte (del pecado), contempla a su Liberador con mirada gozosa, llena de fatiga y suplicándole con la otra mano la ayuda necesaria para levantarse de la situación caída y desgraciada del pecado y la muerte. 
Adán tiende su mano libre en un gesto que expresa acogida y plegaria, atraído hacia su Dios igual que la flor es atraída por el sol. 
Eva también tiende sus manos hacia la Vida, que perdió en el Paraíso. Está vestida de rojo. El rojo simboliza la carne, la humanidad: ella es la madre de los vivientes. Cuando lleva las manos cubiertas, es señal de adoración al Liberador. 


Dios no se desentiende del Hombre…Busca a Adan, busca a Eva, busca a la oveja perdida, te busca a ti, a él y también a mí.


El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.


Es el Señor quien nos busca y nos despierta pues la CRUZ es un arma victoriosa….Él nos toma de la mano, nos levanta, nos despierta y nos hace participe una VIDA NUEVA que conquistó para nosotros…


La cruz es el medio por el cual Cristo baja al infierno y con este instrumento rompe las puertas del infierno: bisagras, clavos, llave esparcidos en el infierno. Este instrumento de salvación aparece detrás de la piedra del sepulcro venerado por dos ángeles. Actualiza el poder salvador que tiene la cruz para todos los fieles, significando que con la fuerza de la misma podrán mover las piedras de los sepulcros (de los miedos). 


Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban adormilados: "Levantaos." 

Esta invitación del Señor: “salid, sed iluminados, levantaos” invade todo nuestro ser. La fuerza de esta invitación es una voz que llena de sentido y hace nueva la vida del Hombre. (Sigue diciendo la liturgia antigua) 

Detrás de los primeros padres sigue una procesión de justos, del Antiguo y del Nuevo Testamento, a la izquierda de Cristo el Rey David y uno de los profetas, y el tercero es Juan Bautista, el profeta que señala al Cordero de Dios. 
A la derecha de Cristo aparecen los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, columnas de la Iglesia, como todos los apóstoles, fundadores del Nuevo Israel. 
Todo el Antiguo Testamento está dirigido a la venida de Cristo. Su Encarnación y Resurrección son la última realización del Antiguo testamento y el comienzo de algo totalmente nuevo y definitivo. 



Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa. 

No se ustedes, pero estas palabras me estremecen hasta las entrañas. El hombre hecho a imagen y semejanza de Dios son sublimemente expresados en esta liturgia esperando que esta emoción se transforme en certeza de fe y compromiso ante el Resucitado. 

Ante este llamado al Despertar podemos observar El infierno que se abre en forma de cueva negra y oscura en contraste con las cumbres de los montes que subrayan la profundidad de la sima, los abismos. Pero ya transfigurados por la Resurrección, de ahí que sean brillantes hasta las piedras. 


Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto. 
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti. 


La entrega que hace Dios de su vida es totalmente voluntaria, su único motor es el amor. Todo lo hace por ti, por mí, por nosotros pues nos quiere regalar una Vida Nueva, que no tiene fin y nos sumerge a la intimidad con Dios donde pasamos a ser sus hijos adoptivos.




La Vida requiere la muerte del hombre viejo, el abandono y la superación del mal original que la corroe. Consecuencias tangibles de esta huella tenebrosa son nuestras angustias, limitaciones, fracasos, la opacidad hacia el otro (egocentrismo) y hacia la belleza de la creación. 

Todo se encuentra asumido por el torbellino liberador en la medida en que nos adherimos al Muerto-Resucitado que nos hace pasar (Pascua=paso) del imperio de la muerte que son las tinieblas a la Luz, fuente de toda vida. 

“No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno” (Ap. 1, 17-18). 


Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.» 

Solo resta decir como el salmista: “Que es el hombre para que te acuerdes de él? El ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de Gloria y dignidad. Todo los sometiste bajo sus pies” Sal. 8….Reconozcamos la dignidad que nos adquirió la Resurrección del Señor. Hermanos, también nosotros hemos Resucitado con Él y viviremos con Él, Alegrémonos. Aleluya. 

LA NOCHE ESPECIAL


Hoy es un día de silencio para meditar, rezar, contemplar y esperar.
Durante este día la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos y esperando su resurrección hasta que comienza la Vigilia Pascual. Como Iglesia nos preparamos para que Dios «pase».  

La Iglesia congrega a sus hijos para permanecer en vela en honor del Señor durante la noche del sábado al domingo.

La Vigilia Pascual, que es la celebración más importante de todo el año, se desarrolla en cuatro partes: Liturgia de la Luz, Liturgia de la Palabra, Liturgia Bautismal y Liturgia Eucarística.


1.- LITURGIA DE LA LUZ 

EL FUEGO 
El sacerdote bendice el fuego que se presenta como LUZ, CALOR, FUERZA y VIDA y es símbolo de un AMOR INTENSO.

CIRIO PASCUAL
Con la llama de ese fuego enciende el CIRIO PASCUAL que representa a Cristo resucitado vencedor de las tinieblas y la muerte. 
Marca sobre él una cruz, en su extremo superior la letra griega «alfa» y en el inferior la letra «omega», (principio y fin), en los cuatro extremos se graban los números que indican el año en curso y también hay costumbre de colocar cinco granos de incienso en la cruz en honor de las cinco llagas de Jesús. 
El CIRIO PASCUAL encendido con la llama del fuego nuevo entra procesionalmente en el templo que está a oscuras. 
Una vez colocado el Cirio en el candelabro correspondiente un ministro canta el ANUNCIO PASCUAL



2.- LITURGIA DE LA PALABRA       
                
LA PALABRA  
Estamos  invitados a recuperar el oído del corazón para que la Palabra de Dios resuene de una manera nueva y para eso hace falta estar preparados.
Nos alimentamos con el Pan de la Palabra que nos hace descubrir en esta noche cómo la historia se renueva, la fe se reasume y el Bautismo aparece como la gran marca de la identidad cristiana.



3.- LITURGIA BAUTISMAL

EL AGUA 

El agua se convierte en el gran signo de la vida nueva, la vida de Cristo resucitado.

RITO BAUTISMAL
  • Orar comunitariamente, con las Letanías de los Santos.                    
  • Bendecir el agua bautismal.
  • Renovar las promesas bautismales. 

Hacemos nuestro testimonio de fidelidad recordando que el Bautismo no es un acto pasajero; se trata de una «marca» que señala nuestro propósito e ideal de vida para toda la existencia: por eso renovamos nuestra renuncia al pecado y hacemos una afirmación de nuestra fe cristiana.


4.- LITURGIA EUCARÍSTICA

Nos alimentamos con el Pan de la Eucaristía que cierra plenamente todo lo vivido y celebrado desde la noche del Jueves Santo.  
En la comunión, Dios con toda su fuerza, ingresa en la interioridad del creyente y es esta la manera culminante de que el creyente resucite con Cristo. 


Hagamos vida lo que cantamos en la Vigilia Pascual:

Llevo mi luz por la ciudad ¡yo la haré brillar!

La vida cristiana es MISION: Estamos llamados a vivir en un clima de MISION. 
Por eso llenos de la luz  y la alegría de Cristo resucitado nos sentimos impulsados a llevarlo a los demás.  

¿Cómo haremos para llegar con el mensaje de Jesús a cada casa, a cada familia, a cada ambiente de nuestra comunidad?
¿Qué luz voy a llevar a mi familia, a mi casa, a mi lugar de trabajo, a mi barrio? 
¿La luz que construye la alegría, la mutua comprensión, el encuentro?
¿La luz que en este año enciende el corazón para celebrar cada día la Fiesta de Jesús Resucitado?

viernes, 6 de abril de 2012

LAS 7 PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ


PRIMERA PALABRA

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)

Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.

Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




SEGUNDA PALABRA

"Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)

Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.

Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.



TERCERA PALABRA

"He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26)

Jesús en su testamento
a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá
de María el sentimiento?

Hijo tuyo quiero ser,
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora 
con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




CUARTA PALABRA

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46)

Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.

Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor ,
me pesa: no mas pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti tu triunfo eterno.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




QUINTA PALABRA

"Tengo sed" (Jn 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar 
la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.

Hiel darle, ya se le ha visto:
la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe
la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




SEXTA PALABRA

"Todo está consumado" (Jn 19,30)

Con firme voz anunció
Jesús, aunque ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.

Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




SÉPTIMA PALABRA

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46)

A su eterno Padre, ya
el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?

En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.