El Evangelio del día de hoy está lleno de sabiduría. La motivación de nuestro obrar se apoya y
fundamenta en la autoridad de la “Palabra de Dios”. Nuestro Señor en prueba de
coherencia y convicción absoluta entrego su propia vida defendiendo la verdad
revelada. Fue el mismo Jesucristo quien confirmó la autoridad de la Palabra de
Dios viviendo hasta el extremo lo que allí se enseña. Nosotros seguidores del
Señor, que intentamos acercar la Palabra a la comunidad, somos en diferentes
ocasiones, causa de escándalo e increencia de otros hermanos. Nuestras
incoherencias, nuestra mirada reducida y sesgada de la realidad evangélica,
nuestros propios límites y pecados hacen de nosotros anunciadores heridos de la
Palabra. Aunque nuestros labios pronuncian “palabras de Vida Eterna”, el
testimonio de nuestra vida hace dudar de la veracidad de lo que proferimos.
Pidamos a Dios que nos haga buenos anunciadores de su
palabra.