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miércoles, 25 de abril de 2012

RECONOCER LOS DONES DE DIOS (SAN GREGORIO NACIANCENO)


Reconoce de dónde te viene la existencia, la respiración, la inteligencia, la sabiduría y —lo que es más importante— el conocimiento de Dios, la esperanza del reino de los cielos, el honor que compartes con los ángeles, la contemplación de la gloria que esperas, ahora como en un espejo y de modo confuso, pero a su tiempo del modo más pleno y puro. Reconoce, además, que te has convertido en hijo de Dios, coheredero con Cristo y, por usar una imagen atrevida, ¡eres el mismo Dios! ¿De dónde te vienen tantas y tales prerrogativas? Si, además, queremos hablar de los dones más humildes y comunes, dime, ¿quién te permite ver la belleza del cielo, el curso del sol, los ciclos de la luz, las miríadas de estrellas y toda esa armonía y orden que siempre se renueva maravillosamente en el mundo, haciendo alegre la creación como el sonido de una cetra? ¿Quién te concede la lluvia, la fertilidad de los campos, el alimento, el gozo del arte, el lugar donde habitas, las leyes, el estado y, añadamos, la vida de cada día, la amistad y el placer de tu parentela? ¿Quién te ha colocado como señor y rey de todo lo que hay sobre la tierra? Y, para detenerme en cosas más importantes, te pregunto aún: ¿quién te regaló esas características tuyas que te aseguran la plena soberanía sobre los seres vivientes? Fue Dios. ¿Y qué te pide Él, a cambio de todo esto? El amor. Te pide constantemente, primero y sobre todo, amor a Él y al prójimo. El amor a los demás lo exige lo mismo que el primero. ¿Vamos a ser tacaños para ofrecer este don a Dios, después de los numerosos beneficios que de Él hemos recibido y que nos ha prometido? ¿Nos atreveremos a ser tan desvergonzados? Él, que es Dios y Señor, se hace llamar Padre nuestro; ¿y nosotros vamos a renegar de nuestros hermanos? Estemos atentos, queridos amigos, para no convertirnos en malos administradores de lo que se nos ha regalado. Mereceríamos en ese caso la advertencia de Pedro: avergonzaos quienes os quedáis con las cosas de los otros; imitad más bien la bondad divina, y así nadie será pobre. No nos fatiguemos acumulando o conservando riquezas, mientras los demás sufren hambre, si no queremos merecer las recriminaciones duras y cortantes que ya hizo antes el profeta Amós, cuando decía: ¡Ah vosotros!, que decís: ¿cuándo habrá pasado la luna nueva y podremos vender el trigo; cuándo habrá pasado el sábado, para poder abrir nuestros almacenes? (cfr. Am 8, 5). Comportémonos de acuerdo con aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace bajar la lluvia sobre justos y pecadores, y hace surgir el sol igualmente para todos; que ofrece a todos los animales de la tierra el campo abierto, las fuentes, los ríos, los bosques; que da el aire a las aves y el agua a los animales acuáticos; que a todos reparte con gran liberalidad los bienes de la vida, sin restricciones ni condiciones, sin ningún límite.

lunes, 9 de abril de 2012

SAN AMBROSIO: LA MISERICORDIA

Me encontré con un texto muy bello de San Ambrosio que deseo compartir con ustedes. Espero que puedan disfrutarlo como lo lo disfruté yo, he aquí la texto mencionado:

LA MISERICORDIA  DIVINA

¿Quién hay de vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió, hasta encontrarla? (Lc 15, 4). Un poco más arriba has aprendido cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar la arrogancia, y también a adquirir la devoción y a no entregarte a los quehaceres de este mundo, ni anteponer los bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la fragilidad humana no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y ese juez misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón. Y así, no sin razón, San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja perdida y luego hallada, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y la del hijo que había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que, aleccionados con este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres hilos no es fácil de romper (Qoh 4, 12). ¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como Madre, sin cesar te busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte. El primero, por obra de su misericordia; la segunda, cuidándote; y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia, aunque la gracia varía según nuestros méritos. El pastor llama a la oveja cansada, se encuentra la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al padre y lo hace plenamente arrepentido del error que lo acusa sin cesar. Y por eso, con toda justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los animales (Sal 35, 7). ¿Y quiénes son estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una simiente de hombre y la de Judá una simiente de animales (cfr. Jer 31, 27). Por eso Israel es salvada como un hombre y Judá recogida como una oveja. Por lo que a mí se refiere, prefiero ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es solícitamente buscada por el pastor, el hijo recibe el homenaje de su padre. Regocijémonos, pues, ya que aquella oveja que había perecido en Adán fue salvada por Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité mis pecados, y sobre la nobleza de este patíbulo he descansado. Esta oveja es una en cuanto al género, pero no en cuanto a la especie: pues todos nosotros formamos un solo cuerpo (1 Cor 10, 17), aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito: vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y miembros de sus miembros (1 Cor 12, 27). Pues el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido (Lc 19, 10), es decir, a todos, puesto que lo mismo que en Adán todos murieron, así en Cristo todos serán vivificados (1 Cor 15, 22). Se trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios nosotros no formamos más que una centésima parte. Él tiene innumerables rebaños de ángeles, arcángeles, dominaciones, potestades, tronos (cfr. Col 1, 16) y otros más a los que ha dejado en el monte, quienes —por ser racionales— no sin motivo se alegran de la redención de los hombres. Además, el que cada uno considere que su conversión proporcionará una gran alegría a los coros de los ángeles, que unas veces tienen el deber de ejercer su patrocinio y otras el de apartar del pecado, es ciertamente de gran provecho para adelantar en el bien. Esfuérzate, pues, en ser una alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por medio de tu conversión. No sin razón se alegra también aquella mujer que encontró la dracma (cfr. Lc 15, 8-10). Y esta dracma, que lleva impresa la figura del príncipe, no es algo que tenga poco valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer la imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se digne colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22, 2). He dicho que somos ovejas: pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos, corramos hacia el Padre. No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres terrenales (cfr. Lc 15, 11-32). El Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía, el tesoro de la fe, que nunca disminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, el que no perdió lo que había recibido, lo tiene todo. Y no temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos (Sab 1, 13). En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello —pues el Señor es quien levanta los corazones (Sal 145, 8)—, te dará un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero El te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y Él, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja con un banquete.

sábado, 7 de abril de 2012

LA NOCHE MÁS SANTA (Homilía)




Es difícil en el día de hoy intentar hacer una homilía o proponer una reflexión. La liturgia de este día es tan rica y llena de signos que cualquier acotación humana puede atentar contra la riqueza y la plasticidad de la celebración cristiana por excelencia. 

Vamos a tomar como referencia una antigua liturgia del Sábado de Gloria que nos ofrece la liturgia de las horas (marcada en verde) y el Ícono del Descenso a los infiernos (marcado en rojo), lo que está en letra negra es sencillamente agregado de quien suscribe: 

¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa Y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido Y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. 

Desde el Viernes Santo, luego de acompañar al Señor en el camino de la Cruz, los hombres representados en los mismos discípulos quedamos desconcertados ante la Crucifixión y muerte de aquel en quien habíamos puesto todas nuestras esperanzas: duda, desconcierto y temor se apoderaron de nuestro corazón…y de toda nuestra vida…miedo que paraliza y que puede hacer que bajemos los brazos…..



Pero ante este desconcierto y dolor Cristo aparece como el Dueño de la Vida y el Cosmos. Su cuerpo resucitado, vencedor del abismo de la muerte, está animado por el Dios-Trinidad, de ahí ese resplandor de poder divino y ese dinamismo expresado en su avanzar hacia Adán. 
Su ser entero “todo luz” anuncia la aurora del nuevo día que nunca tendrá ocaso. Es el día de la Resurrección, el Domingo sin fin donde la creación es recreada para siempre. 
Los ropajes de Cristo son la vestimenta del rey victorioso y deslumbrante como en la Transfiguración. La misma ondea a sus espaldas, dando la sensación del movimiento, del descenso, “él, por amor al hombre” desciende al lugar de la muerte y con su presencia ilumina el infierno y la muerte

Y esta bella homilía ayuda a que dejemos volar nuestra imaginación y nos dice más: 

 En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.

Toma de la mano a Adán a quien vigorosamente arranca de las tinieblas de la muerte. Este cara a cara del primero y del nuevo Adán adquiere una significación particular. Lo que esta segunda creación ha conseguido es muy superior a la primera. La Vida dada por el Segundo Adán nunca perecerá. 
La mirada de Cristo va hacia todos, pues es el Salvador de la humanidad entera. Este se agacha para levantar Adán; Dios se abaja y rebaja. Despojándose de su divinidad, se revistió de nuestra carne para subirnos y exaltarnos a la condición divina por su Resurrección. 
Adán agotado por el despertar del sueño de la muerte (del pecado), contempla a su Liberador con mirada gozosa, llena de fatiga y suplicándole con la otra mano la ayuda necesaria para levantarse de la situación caída y desgraciada del pecado y la muerte. 
Adán tiende su mano libre en un gesto que expresa acogida y plegaria, atraído hacia su Dios igual que la flor es atraída por el sol. 
Eva también tiende sus manos hacia la Vida, que perdió en el Paraíso. Está vestida de rojo. El rojo simboliza la carne, la humanidad: ella es la madre de los vivientes. Cuando lleva las manos cubiertas, es señal de adoración al Liberador. 


Dios no se desentiende del Hombre…Busca a Adan, busca a Eva, busca a la oveja perdida, te busca a ti, a él y también a mí.


El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, Y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.


Es el Señor quien nos busca y nos despierta pues la CRUZ es un arma victoriosa….Él nos toma de la mano, nos levanta, nos despierta y nos hace participe una VIDA NUEVA que conquistó para nosotros…


La cruz es el medio por el cual Cristo baja al infierno y con este instrumento rompe las puertas del infierno: bisagras, clavos, llave esparcidos en el infierno. Este instrumento de salvación aparece detrás de la piedra del sepulcro venerado por dos ángeles. Actualiza el poder salvador que tiene la cruz para todos los fieles, significando que con la fuerza de la misma podrán mover las piedras de los sepulcros (de los miedos). 


Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", Y a los que estaban adormilados: "Levantaos." 

Esta invitación del Señor: “salid, sed iluminados, levantaos” invade todo nuestro ser. La fuerza de esta invitación es una voz que llena de sentido y hace nueva la vida del Hombre. (Sigue diciendo la liturgia antigua) 

Detrás de los primeros padres sigue una procesión de justos, del Antiguo y del Nuevo Testamento, a la izquierda de Cristo el Rey David y uno de los profetas, y el tercero es Juan Bautista, el profeta que señala al Cordero de Dios. 
A la derecha de Cristo aparecen los apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, columnas de la Iglesia, como todos los apóstoles, fundadores del Nuevo Israel. 
Todo el Antiguo Testamento está dirigido a la venida de Cristo. Su Encarnación y Resurrección son la última realización del Antiguo testamento y el comienzo de algo totalmente nuevo y definitivo. 



Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa. 

No se ustedes, pero estas palabras me estremecen hasta las entrañas. El hombre hecho a imagen y semejanza de Dios son sublimemente expresados en esta liturgia esperando que esta emoción se transforme en certeza de fe y compromiso ante el Resucitado. 

Ante este llamado al Despertar podemos observar El infierno que se abre en forma de cueva negra y oscura en contraste con las cumbres de los montes que subrayan la profundidad de la sima, los abismos. Pero ya transfigurados por la Resurrección, de ahí que sean brillantes hasta las piedras. 


Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto. 
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti. 


La entrega que hace Dios de su vida es totalmente voluntaria, su único motor es el amor. Todo lo hace por ti, por mí, por nosotros pues nos quiere regalar una Vida Nueva, que no tiene fin y nos sumerge a la intimidad con Dios donde pasamos a ser sus hijos adoptivos.




La Vida requiere la muerte del hombre viejo, el abandono y la superación del mal original que la corroe. Consecuencias tangibles de esta huella tenebrosa son nuestras angustias, limitaciones, fracasos, la opacidad hacia el otro (egocentrismo) y hacia la belleza de la creación. 

Todo se encuentra asumido por el torbellino liberador en la medida en que nos adherimos al Muerto-Resucitado que nos hace pasar (Pascua=paso) del imperio de la muerte que son las tinieblas a la Luz, fuente de toda vida. 

“No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno” (Ap. 1, 17-18). 


Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.» 

Solo resta decir como el salmista: “Que es el hombre para que te acuerdes de él? El ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de Gloria y dignidad. Todo los sometiste bajo sus pies” Sal. 8….Reconozcamos la dignidad que nos adquirió la Resurrección del Señor. Hermanos, también nosotros hemos Resucitado con Él y viviremos con Él, Alegrémonos. Aleluya. 

LA NOCHE ESPECIAL


Hoy es un día de silencio para meditar, rezar, contemplar y esperar.
Durante este día la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos y esperando su resurrección hasta que comienza la Vigilia Pascual. Como Iglesia nos preparamos para que Dios «pase».  

La Iglesia congrega a sus hijos para permanecer en vela en honor del Señor durante la noche del sábado al domingo.

La Vigilia Pascual, que es la celebración más importante de todo el año, se desarrolla en cuatro partes: Liturgia de la Luz, Liturgia de la Palabra, Liturgia Bautismal y Liturgia Eucarística.


1.- LITURGIA DE LA LUZ 

EL FUEGO 
El sacerdote bendice el fuego que se presenta como LUZ, CALOR, FUERZA y VIDA y es símbolo de un AMOR INTENSO.

CIRIO PASCUAL
Con la llama de ese fuego enciende el CIRIO PASCUAL que representa a Cristo resucitado vencedor de las tinieblas y la muerte. 
Marca sobre él una cruz, en su extremo superior la letra griega «alfa» y en el inferior la letra «omega», (principio y fin), en los cuatro extremos se graban los números que indican el año en curso y también hay costumbre de colocar cinco granos de incienso en la cruz en honor de las cinco llagas de Jesús. 
El CIRIO PASCUAL encendido con la llama del fuego nuevo entra procesionalmente en el templo que está a oscuras. 
Una vez colocado el Cirio en el candelabro correspondiente un ministro canta el ANUNCIO PASCUAL



2.- LITURGIA DE LA PALABRA       
                
LA PALABRA  
Estamos  invitados a recuperar el oído del corazón para que la Palabra de Dios resuene de una manera nueva y para eso hace falta estar preparados.
Nos alimentamos con el Pan de la Palabra que nos hace descubrir en esta noche cómo la historia se renueva, la fe se reasume y el Bautismo aparece como la gran marca de la identidad cristiana.



3.- LITURGIA BAUTISMAL

EL AGUA 

El agua se convierte en el gran signo de la vida nueva, la vida de Cristo resucitado.

RITO BAUTISMAL
  • Orar comunitariamente, con las Letanías de los Santos.                    
  • Bendecir el agua bautismal.
  • Renovar las promesas bautismales. 

Hacemos nuestro testimonio de fidelidad recordando que el Bautismo no es un acto pasajero; se trata de una «marca» que señala nuestro propósito e ideal de vida para toda la existencia: por eso renovamos nuestra renuncia al pecado y hacemos una afirmación de nuestra fe cristiana.


4.- LITURGIA EUCARÍSTICA

Nos alimentamos con el Pan de la Eucaristía que cierra plenamente todo lo vivido y celebrado desde la noche del Jueves Santo.  
En la comunión, Dios con toda su fuerza, ingresa en la interioridad del creyente y es esta la manera culminante de que el creyente resucite con Cristo. 


Hagamos vida lo que cantamos en la Vigilia Pascual:

Llevo mi luz por la ciudad ¡yo la haré brillar!

La vida cristiana es MISION: Estamos llamados a vivir en un clima de MISION. 
Por eso llenos de la luz  y la alegría de Cristo resucitado nos sentimos impulsados a llevarlo a los demás.  

¿Cómo haremos para llegar con el mensaje de Jesús a cada casa, a cada familia, a cada ambiente de nuestra comunidad?
¿Qué luz voy a llevar a mi familia, a mi casa, a mi lugar de trabajo, a mi barrio? 
¿La luz que construye la alegría, la mutua comprensión, el encuentro?
¿La luz que en este año enciende el corazón para celebrar cada día la Fiesta de Jesús Resucitado?

viernes, 6 de abril de 2012

LAS 7 PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ


PRIMERA PALABRA

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)

Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.

Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




SEGUNDA PALABRA

"Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)

Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.

Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.



TERCERA PALABRA

"He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26)

Jesús en su testamento
a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá
de María el sentimiento?

Hijo tuyo quiero ser,
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora 
con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




CUARTA PALABRA

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46)

Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.

Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor ,
me pesa: no mas pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti tu triunfo eterno.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




QUINTA PALABRA

"Tengo sed" (Jn 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar 
la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.

Hiel darle, ya se le ha visto:
la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe
la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




SEXTA PALABRA

"Todo está consumado" (Jn 19,30)

Con firme voz anunció
Jesús, aunque ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.

Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.




SÉPTIMA PALABRA

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46)

A su eterno Padre, ya
el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?

En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.


jueves, 5 de abril de 2012

JUEVES SANTO


No se sabe por dónde empezar cuando se quiere hablar del amor que Jesucristo derrochó en este día del Jueves Santo. Porque Aquel que no había hecho más que amar a lo largo de toda su vida llegó hoy a unos extremos inconcebibles. Es la palabra del Evangelio de Juan: Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin, hasta límites nunca antes soñados, hasta detalles jamás pensados por nadie...

Santo Tomás Moro, el Canciller inglés del Rey apóstata Enrique VIII, preso en la cárcel y poco antes de derramar su sangre en defensa de la fe católica, con el recuerdo vivo de la esposa y los hijos que estaban desolados, escribió estas palabras llenas de angustia:

- ¡Señor, qué duro es amar y no poder manifestarlo!...
Era la angustia de Jesús en los momentos solemnes de la Ultima Cena. Pero, con una gran diferencia del mártir inglés. Jesús amaba, sentía la angustia de la partida, y tenía en su mano el poder manifestar el amor inmenso de su Corazón.


Es entonces cuando lleva a cabo un sueño dorado de hacía mucho tiempo:
* ¿Me doy del todo, sí o no?... ¿Me quedo o no me quedo con ellos?... ¿Me meto dentro de sus pechos para convertirlos en cielo mío?... ¿Me doy a ellos en comida, para que no tengan más hambre, para que no desfallezcan en el camino, y como prenda de la vida eterna?... ¿Voy a dejar sola a mi Iglesia, sumida en suspiros constantes por su esposo que se fue lejos, lejos?... ¿Y qué recuerdo le entrego, si no se va a contentar con nada, a no ser que sea yo mismo?... Una flor o un retrato que le alargue no son nada para ella, y tampoco son nada para mí... Cuando yo me encuentre en el Cielo y ella siga en la tierra dentro de las luchas que le van a venir, ¿quién será su fuerza, su consuelo, su esperanza?...


Nosotros no dudamos que Jesús estaba dominado por semejantes pensamientos y sentimientos durante estos días últimos. Y ahora llegaba el momento de decidirse, de hacer una cosa u otra.
Porque si bien es cierto que el amor no sabe medirse, Jesús, como hombre, calibra su gesto. Ve pros y contras. Pero toma su resolución firme, y con el pan en la mano, con el cáliz lleno de vino, pronuncia las palabras más augustas y nunca por nadie imaginadas:
- Tomad y comed, porque esto es mi cuerpo. Tomad y bebed, porque esta es mi sangre. Haced vosotros esto mismo hasta que yo vuelva...


Y desde entonces, aquí tenemos con nosotros a Jesús. Es Él mismo, en toda la realidad de su Persona. Aquí está con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. El que está resucitado en el Cielo, se hace presente sobre el Altar en calidad de Víctima como en el Calvario. En nuestra debilidad, en nuestra miseria, en nuestro pecado, tenemos algo grande que ofrecer a Dios por nuestra salvación. Es el mismo Jesús que moría en la Cruz el que ahora implora por nosotros el perdón y el que muestra entre nosotros sus llagas al Padre para que nos otorgue su benevolencia y sus bendiciones. Lo dice expresamente Jesús: Mi cuerpo que por vosotros es entregado..., mi sangre que vosotros es derramada. Nuestros pecados podrán ser muchos y podrán  ser grandes. Pero la Hostia Santa que ofrecemos por ellos a Dios pesa mucho más ante la justicia divina que todas nuestras culpas.
El que en el Cielo es el Pan de los Angeles, se hace comida de los hombres en la Comunión. Los antiguos israelitas, alimentados por el maná, llegaron hasta la tierra prometida, aunque al fin murieron. El nuevo Israel de Dios, la Iglesia, tiene en su peregrinar un Pan verdaderamente bajado del Cielo, con el que llega hasta la Patria prometida y en la que ya no podrá morir. El Pan vivo, que es Jesucristo, le ha dado la vida eterna.


El que en el Cielo es la delicia de los Santos, se hace en el Sagrario compañero de nuestro caminar... No, Jesucristo no deja sola y abandonada a su Iglesia. En nuestros templos está, señalado por una lamparita, para comunicarnos las efusiones amorosas de su Corazón, para recibir las caricias nuestras, que las espera y las pide...
¿Es verdad que las espera y las pide?... Una joven buena, buena de verdad, se colocaba siempre en la última banca de la iglesia y allí se las entendía con el Señor

miércoles, 4 de abril de 2012

¿NECESITAS DE UNA EXPERIENCIA PERSONAL DE DIOS?


¿Por que los discípulos de nuestro Señor Jesucristo pudieron testificar de la REALIDAD PODEROSA y de la VERACIDAD de Dios? 




Precisamente por haber tenido una experiencia personal con el por medio de Jesucristo. 
Hay muchos testimonios en la Sagrada Escritura que lo corroboran. 

 "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida porque la vida fue manifestada, y la hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó; lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo". (1 Juan 1, 1-3)

 En cuanto a ti, no necesitas haber vivido en aquel tiempo para ser testigo presencial de la REALIDAD PODEROSA y de la VERACIDAD de Dios; pues en caso de haber sido así, también los fariseos y los paganos la hubieran tenido con solo verle. 
Se trata más que una percepción física, una comprensión teórica o una practica religiosa. 
Se trata de una experiencia sobrenatural, como el Señor le dijo al gran maestro Nicodemo:

De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
(Juan 3, 3)

No es por pertenecer a una religión o a una denominación cristiana, ni tampoco por poseer capacidades intelectuales impresionantes, ni por haber llevado una vida moralmente recta.
Es por haber nacido de nuevo por medio del Espíritu Santo. 
Se trata de un nacimiento sobrenatural. 
Ese es el punto de partida como también lo escribe el apóstol Juan:

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (Juan 1, 12-13)


Sin embargo, esa experiencia que tanto anhelamos los cristianos, como la de tener un encuentro real y personal con Dios, se queda en deseos solamente.
Muchos cristianos de años, aun no han tenido la experiencia viva de un Dios REAL y VERAZ, todo se queda en una religión fría, rutinaria y aburrida. 
Muchos lo saben pero no lo han comprobado. 
Saben que son salvos por la fe, pero se han quedado únicamente en el conocimiento teórico de estas verdades. Por eso cuando vienen las pruebas o las tentaciones sucumben de inmediato. 

Es posible que muchos de ustedes estén en esa situación que he descrito y no se hayan dado cuenta que hay algunas cosas que hay que propiciar. Por ejemplo:


1.Quitando toda interferencia que exista entre Dios y tu. 

Hay estorbos que nublan la percepción de la REALIDAD de Dios, como es el caso de la desobediencia consciente y deliberada a su voluntad. Eso se llama pecado.
El pecado es una actitud deliberada de vivir en contra de lo que Dios ha establecido, haciendo que nuestro entendimiento se vea entenebrecido y distorsionado por completo.

Es vital ARREPENTIRSE de corazón y dar un giro radical en nuestro comportamiento.
Es necesario DESECHAR por completo todas aquellas costumbres, cosas o personas que sabemos que propician una vida opuesta a lo que Dios nos ha mandado. Es necesario apartarlas, arrancarlas y desecharlas.

Si quieres ver la realidad de Dios y su acción poderosa obrando en tu interior, entonces quita lo que te estorbe la visión espiritual.
Recuerda que no se puede percibir la luz del sol si hay nubes de por medio.
Aparta, arranca y desecha todo aquello que te impida percibir LA LUZ.



2.Ademas es necesario subir al monte.

¿Que es eso de subir al monte? Te lo ilustro con un ejemplo: 

En la medida que subes por una montaña, te vas alejando del ruido del entorno en el que vives y comienzas a percibir otros sonidos diferentes al que estas acostumbrado, además el clima se torna mas fresco y todo lo que ves lo abarcas de manera mas amplia. 
Espiritualmente hablando, subir al monte es alejarte del mundanal ruido para hablar con Dios por medio de la oración y la reflexión de su Palabra. 
En la medida que lo haces descubres a un Dios COMUNICATIVO y VERAZ. 
Un Dios que te muestra las cosas tal y como son bajo la luz de su Palabra. 
No tendrás necesidad de ver otras evidencias que te lo confirmen porque tu lo experimentaras. 
El Espíritu Santo ira tomando el control de tu mente para que comprendas aquellas cosas que no asimilabas, tomara el control de tus emociones para amoldarlas a los sentimientos de Cristo y pondrá el deseo intenso de vivir dentro del marco de su voluntad. 


Resultados:

a) Testificaras de lo que Dios ha hecho en ti en medio de un mundo incrédulo, vanidoso, desenfrenado y materialista.

b) Sentirás el deseo intenso de predicar el Evangelio de Jesucristo a todas las personas.

c) Serás una evidencia indiscutible de lo que Dios es capaz de hacer en la vida de las personas.


PERO HAY ALGO MAS QUE HAS DE SABER:

Dios tiene un llamado especial para tu vida. 
Un llamado muy diferente al que ha hecho incluso a personas mas capacitadas que tu. Por eso quiere mostrarte muchas cosas que otros no ven, para que tu las transmitas sin reservar palabra alguna. 

Es posible que muchas veces no hayas comprendido porque Dios te muestra algo, pero después lo veras con claridad, así como te ha sucedido en ocasiones pasadas. 

Pero eso si: 
Dios te ha mostrado con claridad que vienen tiempos sin precedentes en la historia de la humanidad y para ello te ha estado capacitando, así como también proporcionándote los recursos. 
Tu estas consciente de ello...
Por eso, esta misión no la podrás desarrollar si antes no tienes la firme convicción de la REALIDAD PODEROSA de Dios y su VERACIDAD. 

¿Te das cuenta? Necesitas una EXPERIENCIA PERSONAL con Dios

lunes, 2 de abril de 2012

ARREPENTÍOS Y CONVERTÍOS

1. ¿Enemigos pequeños?

La carne y el mundo son, como hemos visto, los dos obs­táculos más importantes que nos encontramos en el ca­mino de la conversión, pero no son los únicos. Y bien po­demos decir que éstos cuentan con la colaboración de otros, sin los cuales sus éxitos se verían reducidos en bue­na parte. Si tuviéramos, por ejemplo, un conocimiento profundo de las ventajas que acarrea vivir en el Espíritu, y al mismo tiempo de los problemas que origina la rendi­ción a la carne o al mundo, sería mucho más fácil nuestra lucha contra tales enemigos, porque nuestro esfuerzo se multiplicaría. Por eso, recordando aquello de que no hay enemigo pequeño, vamos a dedicar un espacio para la re­flexión sobre estos aliados de los enemigos principales, a los que daremos el nombre de carencias, porque se trata de algo que deberíamos tener y no tenemos, o no lo tene­mos en grado suficiente como para que resulte visible­mente útil y eficaz.

2. La conversión primera

Creo sinceramente que el principal problema de la mayo­ría de los cristianos que intentan seguir con cierto grado de sinceridad al Maestro Jesús de Nazaret, tiene que ver con la conversión inicial: nunca han llegado a un verda­dero encuentro personal con Jesús como su Salvador y Señor personal, nunca ha habido un verdadero despegue de la posición en la que han nacido y han ido creciendo, y donde están recibiendo las atenciones masivas que se les da como a rebaño más que como a ovejas. En definitiva, están siguiendo unas costumbres, participan de unos ritos, viven unas leyes, pero no van más allá. ¿Cómo se les pue­de pedir que hagan un Camino que no han descubierto, que beban de una Fuente, de cuya existencia apenas tie­nen noticia, o que sigan a un Pastor, del que han oído ha­blar pero a quien nunca han conocido de cerca?

Tengo la impresión de que la situación interna de la Iglesia de nuestros días está clamando por una primera conversión masiva. A un árbol que está empezando a crecer no se le puede dar el mismo tratamiento que cuando es adulto, ni se puede esperar que dé los frutos que no está en condiciones de dar; lo que necesita es un cuidado que lo lleve al crecimiento, sabiendo que el fruto de mañana depende de los cuidados de hoy. Si no se si­gue este tratamiento, el árbol nunca crecerá y nunca dará buen fruto. Algo así es lo que puede estar pasando entre nosotros: es posible que no se acometa certeramente la primera etapa de la plantación y el crecimiento, como es posible que no se haga con el suficiente acierto o con to­da la entrega necesaria, y hasta es posible que no se cuente con agricultores espirituales suficientes o sufi­cientemente capacitados para este cometido. Lo mismo que del árbol pequeño no podemos esperar el fruto del árbol grande, tampoco del cristiano subdesarrollado se pueden esperar los frutos que corresponden a la madu­rez. Si el profeta Oseas estuviera entre nosotros, tal vez nos dirigiría también aquellas palabras que dijo a Israel de parte de Yahveh:

«Yo quiero amor, no sacrificio; 
conocimiento de Dios, más que holocaustos» (Os 6,6).

A poco que se reflexione sobre nuestra situación ac­tual, se tiene la sensación de que no se da mucha impor­tancia a esta conversión inicial de los cristianos. Parece como si la recepción periódica de algunos sacramentos fuera suficiente garantía de calidad cristiana, cuando la realidad es que también se ha perdido en buena parte la admiración y la valoración por los sacramentos, quedan­do reducidos en muchas ocasiones a un acto de culto co­munitario al que, en opinión de muchos, se puede asistir o dejar de asistir sin hacerse problema de conciencia. ¿Por qué hay fechas concretas del santoral en que se lle­nan las iglesias con personas que sólo en ocasiones excep­cionales acuden al templo, mientras permanecen medio vacías los días festivos ordinarios? ¿Por qué mucha gente que de ordinario no aparece por la iglesia no tiene incon­veniente en pasar a comulgar el día que asiste sin una re­conciliación previa? ¿Por qué el sacramento de la recon­ciliación ha pasado a ser un recuerdo para muchos, que defienden que bastante tienen con confesarse con Dios? ¿Por qué hay con la sexualidad tanta condescendencia, que se puede ver una película erótica sin darle importan­cia, o un empresario de etiqueta «muy cristiana» puede tranquilamente poseer salas de exhibición de películas con cualquier calificación moral —o mejor dicho, inmo­ral— y no se sonroja? ¿Cómo es posible que las celebra­ciones del día de santa Águeda comiencen con una misa por la mañana y terminen con una exhibición de desnu­dos masculinos, en la que una parte de las mujeres asis­tentes son de las que han ido a misa por la mañana, y se queden tan tranquilas?

Creo que se puede afirmar que en la vida de todas es­tas personas no ha habido todavía una conversión real, y que detrás de tales comportamientos hay un problema de engaño y de desconocimiento de la auténtica realidad evangélica o de un simple uso de las cosas de Dios para sus intereses particulares. Al margen de sus apariencias y de sus etiquetas, su servicio es a la carne y al mundo, donde moran y de los que viven. De estos diría el profeta Isaías:

«Este pueblo me alaba con la boca, y me honra con los la­bios, 
pero su corazón está lejos de mí y el culto que me rin­den es puro precepto humano,
 simple rutina» (Is 29,13).

3. Problemas de fe: duda, miedo, seguridades

En la vida en el Espíritu es imposible un crecimiento sos­tenido, si no va acompañado de un crecimiento simultá­neo de la fe. Al fin y al cabo la fe es, por definición, el ci­miento que sostiene nuestra vida cristiana, en cuanto que es «la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1). Ahora bien, la fe no puede pasar por alto la oposición de otras realidades de la vida que le son antagónicas, de tal modo que si no prevalece sobre ellas, pagará las conse­cuencias con la derrota. Me refiero en particular a las si­guientes, que son especialmente peligrosas: la duda, el miedo y las seguridades. Por naturaleza, son opuestas a la fe, de tal modo que si ésta crece, aquéllas disminuyen; y si ellas crecen, disminuye la fe. En cualquier caso, son incompatibles y se estorban mutuamente.

A) La duda. Es en parte resultado del vacío de fe, pe­ro también es un factor activo de la mente humana, que se siente incapaz de penetrar las verdades que se le pro­ponen y tiende a rechazarlas o no aceptarlas. Es además, el instrumento que siempre tiene a mano el Maligno para atacar la fe, y que sabe usar con una habilidad impresio­nante. ¿Podemos olvidar que es la primera herramienta que usa en la historia de la humanidad, en la primera ten­tación y en el inicio mismo de la tentación a Eva? Según la narración del Génesis, el primer ataque del Maligno fue de esta manera:

«¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del huerto?» (Gen 33,1).

El diablo conoce muy bien el poder de la duda sobre la mente del hombre, oscurecida y debilitada por el peca­do, así como su superioridad intelectual sobre la humani­dad. Juega con tal ventaja que, cuando el hombre acepta el reto de razonar con el diablo —algo que hace con más frecuencia de lo que piensa— difícilmente escapa a la de­rrota. La duda estorba la fe de dos modos: entreteniéndo­la y atacándola. La entretiene con sus planteamientos e interrogantes sobre las realidades espirituales que no pue­de entender y quisiera entender; y la ataca, cuando recha­za de plano las verdades reveladas que la fe acepta y sos­tiene, y de acuerdo con las cuales quiere manifestarse.

Nuestro tiempo se ha convertido en un campo abona­do para la duda. La verdad está hoy en crisis. Hay crisis de verdad en esta sociedad, que durante siglos ofreció unos principios religiosos, éticos y morales aceptados como vá­lidos de generación en generación. Muchos jóvenes y nu­merosos adultos de hoy no aceptan normas de conducta; se limitan a seguir sus inclinaciones y caprichos —que son los de la carne—, o se rebelan contra las normas establecidas y rechazan en la práctica todo principio de autoridad. La institución familiar está gravemente enferma, las rela­ciones humanas son la mejor expresión del egoísmo vi­viente, pocos tienen ideas claras acerca de lo absoluto y lo relativo, de la verdad y la mentira, del bien y del mal, por­que nuestra sociedad ha prescindido de referencias abso­lutas en las que orientarse. El afán de hedonismo arrasa y la sociedad ha prescindido de Dios para constituirse ella misma en su propio dios.

Este mal ha alcanzado a las iglesias cristianas: en cier­tos ambientes se ha puesto en duda la credibilidad de la Biblia como fuente fidedigna de la verdad; la aplicación del método histórico-crítico a la Biblia, como si fuese un libro cualquiera, ha generado un mar de confusión doc­trinal y moral dentro de las iglesias cristianas. Pero el ata­que más dañino ha sido envolver la Palabra de Dios con la duda. Así, la verdad bíblica está sujeta a las investiga­ciones científicas, no pudiendo dar nada por definitivo, sino que hay que esperar a posteriores descubrimientos. Pero la Palabra de Dios tiene un juicio duro para el hom­bre que se deja llevar por la duda:

«El que duda se parece a una ola del mar agitada por el vien­to y zarandeada con fuerza.
 Un hombre así no recibirá cosa alguna del Señor; 
es un hombre de doble vida, un inconstan­te en todo cuanto hace» (St 1,6-8).

B) El miedo. Es una manifestación patente de la falta de fe. No estamos hablando del miedo como mecanismo de defensa de la naturaleza humana frente a un peligro, que es algo lógico y necesario, sino del que provoca la falta de confianza en Dios, en su Palabra, en su amor y en su poder. Estando Jesús con sus discípulos en una barca, se levantó tal tempestad que las olas cubrían la barca y estaban a punto de perecer; entretanto, el Maestro dormía. Los discípulos, atemorizados, se dirigieron al Maestro y

«... le despertaron diciendo: "Señor, sálvanos, que perecemos"» (Mt 8,25).

Pero la respuesta de Jesús dio un giro a la conversa­ción y desvió su atención hacia otro centro de interés:

«Díceles: "¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?"» (Mt 8,26).

Pero, ¿no es razonable y sensato que los discípulos tu­vieran miedo a la vista de las olas y del peligro de perecer en que se encontraban? No hay otra lógica posible pen­sando humanamente. Ese fue el problema: que pensaban humanamente, mientras el Señor les hizo ver que ya era hora de que pensaran desde la fe. Por esto, en su pregun­ta van unidas las dos palabras: miedo y fe. Más aún: les acusa abiertamente de su falta de fe, que se hace eviden­te por el hecho de tener miedo. No trata de eliminar algo que es natural, y que por lo mismo viene de la mano crea­dora del Padre, sino que se sorprende de que a estas ho­ras su miedo sea todavía mayor que su fe, y de que en el enfrentamiento que han tenido ahora con ocasión de la tormenta en el lago, haya salido vencedor el miedo y de­rrotada la fe.

¿No es una experiencia igualmente frecuente en nues­tra vida de discípulos? ¡Cuántas veces podría decirnos también a nosotros el Maestro: «hombres de poca fe»! Una señal de que no avanzamos en la conversión es que nuestra fe suele estar «estabilizada». ¡Como si esto fuera un mérito para aspirar a medalla! Entre otras razones, tal vez no nos damos cuenta de que el mejor método para que la fe crezca es el de la práctica. Otro gallo nos canta­ría si, en vez de conformarnos con sólo pedir al Señor que nos aumente la fe, como si todo dependiera de él, nos esforzáramos en practicarla todos los días, en cada ocasión que se presentara, como si sólo dependiera de nosotros. ¡Cómo íbamos a sorprendernos nosotros mis­mos de su crecimiento!

Una expresión muy frecuente del miedo es la que tie­ne lugar cuando escondemos nuestra fe, apartando cual­quier signo exterior que pudiera identificarnos como dis­cípulos de Cristo; o cuando dejamos de confesar la fe, algo que sucede cuando se producen en presencia nues­tra o en nuestros ambientes situaciones puramente mun­danas o carnales, contrarias a nuestra fe, y optamos por un silencio que tratamos de justificar con argumentos sin base, como el de la prudencia, la tolerancia o la caridad, siendo que el único móvil para permanecer en silencio es en realidad el miedo a hacer el ridículo. En verdad, nues­tra habilidad para escamotear la confesión de la fe no tie­ne límites. Sin embargo, la Escritura dice:

«Si confiesas con tu boca
 que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. 
Porque con el corazón se cree para conseguir la justicia,
 y con la boca se confiesa para conseguir la salvación» (Rm 10,9-10).

C) Las seguridades. Otro enemigo acérrimo de la fe son las seguridades, que vienen a ser, en definitiva, una de las demostraciones más claras y palpables de nuestra falta de fe. El hombre natural necesita estar rodeado de seguridades. De hecho, todo lo que el hombre hace tiene esta finalidad, aunque no lo piense mientras hace las co­sas. Si tenemos dinero, descansamos, porque nos da mu­cha seguridad; sabemos que podremos comprar todo lo que necesitemos, al margen de que esté en un extremo del mundo o en otro. Si tenemos buenos médicos entre nuestros amigos, nos sentimos seguros, porque sabemos que en caso de necesidad vamos a estar en buenas manos y velarán por nuestra salud con todas sus capacidades, que son muchas. Quien tiene un coche blindado, se siente seguro porque sabe que, en caso de accidente o de aten­tado, está bien protegido. Si tenemos un buen trabajo nos sentimos bien, por lo que tiene de buena remuneración y de continuidad, etc.

Pero cuando entramos en el terreno espiritual, nues­tras seguridades —todas esas cosas que el mundo tanto busca y tanto aprecia— no nos sirven más que de estor­bo, porque no dejan que la fe pueda manifestarse y cre­cer; son un contrapeso para ella por la sencilla razón de que mientras podemos solucionarnos los problemas con medios humanos que podemos controlar, no pensamos ni por un momento poner en marcha los mecanismos de la fe, cuya administración no está en nuestras manos, sino en las de Dios. Y en el fondo nos preguntamos: ¿Y si Dios tuviera en este asunto otro plan distinto del que yo pretendo y no me agradara? Por eso, tratamos de no dar­le entrada mientras podemos solucionar nosotros los pro­blemas. En realidad estamos demostrando nuestra falta de fe en el amor de Dios, en su providencia y en su po­der. El discípulo que tiene fe verdadera, está en sintonía con el profeta, cuando dice:

«Aunque la higuera no eche sus brotes, ni den su fruto las vi­ñas; 
aunque falle la cosecha del olivo, no produzcan nada los campos, 
desaparezcan las ovejas del aprisco y no haya ganado en los establos, 
yo me alegraré en el Señor, tendré mi gozo en Dios mi Salvador. 
El Señor es mi señor y mi fuerza, 
él da a mis pies la ligereza de la cierva
 y me hace caminar por las alturas» (Ha 3,17-19).

¿Difícil? Por supuesto. El Señor nunca dijo que fuera fácil ser discípulo suyo, sino todo lo contrario. Nos llama a vivir en él esta vida de fe plena, que es el resultado de una conversión diaria, de una insatisfacción permanente de nuestro estado actual, de inconformismo por nuestra falta de radicalidad, de desprendimiento frente a todas las seguridades que nos ofrece el mundo o incluso nues­tras propias estructuras eclesiales, de desapego frente a todas las ataduras sensuales y sentimentales que no están purificadas en él, sabiendo que el éxito no está en que lo hayamos conseguido, sino en que lo estamos intentando con todas nuestras fuerzas, a ejemplo de Pablo que dice:

«No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús» (Flp 3,12).

Finalmente, la fe es esencial en nuestra lucha contra los enemigos de la conversión, hasta el punto de que sin ella no hay victoria posible, como nos hace ver la Escritura:

«Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe» (1 Jn 5,4).

«Embrazando siempre el escudo de la fe,
 para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno» (Ef 6,16).